23 septiembre 2005

Sobran las palabras ...

El epílogo a todas estas verdades, que Gautama enumera, es que antes de que los pobres se mueran de hambre les van a hacer ver las estrellas a sus opresores.
No me cansaré de citar a Santo Tomás de Aquino: “La ira de un pueblo es directamente proporcional al tiempo que ha estado sometido” ... AMEN.

La estrategia que se halla en curso
Gautama Fonseca

En la edición de este mismo diario (La Tribuna) correspondiente al 28 de julio último dijimos, entre otras cosas, que el Partido Nacional, durante el gobierno de Rafael Leonardo Callejas, le cortó la yugular al proceso de Reforma Agraria y destacamos los efectos que tal medida produjo.
Entre dichos efectos señalamos que al ponérsele término a la expropiación y a la distribución de la tierra en las áreas rurales no sólo se volvieron a fortalecer el latifundio y el minifundio con todo y que, como es sabido, son los principales muros de contención del desarrollo en las áreas rurales del país y los obstáculos que con mayor claridad imposibilitan la generación de trabajo y de ingresos en el agro, así como las causas fundamentales de nuestra bajísima producción agrícola y de las condiciones miserables en que desenvuelven su vida los campesinos.
Dijimos también que se tomó aquella medida pese a los miles de millones de lempiras que se habían gastado en concepto de sueldos y salarios pagados a la burocracia que se hallaba al servicio del Instituto Nacional Agrario; a las enormes cantidades que se utilizaron para crear la infraestructura que faltaba en distintos rumbos del país para relacionar los nuevos centros de producción con los mercados; al dinero con que se financió buena parte de las actividades realizadas por los beneficiarios de la Reforma en curso; a los gastos que se tuvieron que hacer para pagar la asistencia técnica recibida; a las enormes sumas que se emplearon para la adquisición de maquinaria y equipos agrícolas y agroindustriales de que se proveyó a algunas empresas campesinas; a las masivas cantidades, en fin, de que se había dispuesto para convertir en realidad aquel sueño de los más pobres de Honduras y aquella necesidad nacional siempre postergada.
Apuntamos también que aunque a la contrarreforma se la escondió con un nombre fantasioso (Ley de Modernización Agrícola), su finalidad real no era otra que hacer posible que las mejores tierras agrícolas, así como las que se hallaban cubiertas de bosques, siguieran en poder de unos pocos que, cuanto han hecho con ellas, desde la colonia hasta la fecha, es mantenerlas incultas u ociosas, o inadecuadamente aprovechadas, y sin que a nadie, absolutamente a nadie, le sean útiles.
Pusimos de manifiesto, asimismo, que consecuencia de aquella irresponsable decisión fue la masiva emigración que se produjo del campo hacia las ciudades, la desintegración de un crecidísimo número de hogares, el agravamiento de la crisis de oportunidades que ya confrontaba el grueso de la juventud de Honduras, mayoritariamente campesina, y el horrendo desorden que caracteriza a nuestras ciudades, que no estaban preparadas para recibir a la masiva cantidad de seres humanos que en el curso de pocos años se afincó en sus orillas, en las márgenes de los ríos o donde quiera que pudo. Ya puestos en las ciudades, los campesinos se encontraron sin viviendas, sin trabajo y sin ingresos, pero siempre obligados a alimentar y a educar a sus hijos menores de edad y a proveerles una salud que estaba más allá de sus posibilidades.
Dijimos, igualmente, que por aquella medida cargada de maldad y de una irresponsabilidad más que vergonzante, las esquinas de las poblaciones se llenaron de niños descalzos, sucios y hambrientos, abusados en todas las formas imaginables, ofreciendo sus servicios personales para limpiar los vidrios de los automóviles o, simplemente, pidiendo unos centavos, vendiendo chicles, periódicos, loterías de cualquier clase o frutas u objetos diversos, mientras su destino se halla librado a lo que la calle o la casualidad les deparara.
A aquella medida se deben también -dijimos entonces-, las elevadísimas cifras que a la fecha exhibe el desempleo, la criminalidad y la drogadicción en toda la república, más la desesperación que impulsa a no pocos a tratar de irse a vivir a los Estados Unidos, aún con riesgo de sus vidas.
Apuntamos, finalmente, que la solución que el Partido Nacional y el gobierno actual creen haberle encontrado a tales problemas, ahora que nos hallamos en un período electoral, se encuentra en la llamada Ley de Propiedad, contenida en el Decreto número 82-2004, del 28 de mayo del año anterior, que le ha abierto las puertas a estafadores profesionales que, escondidos detrás del nombre de éste o del otro patronato, se dedican a invadir predios ajenos y a enredarle la vida a sus propietarios reales o supuestos.
Nos faltó decir -y ahora completamos la idea-, que toda esa mano de obra desempleada el Partido Nacional y don Porfirio Lobo Sosa piensan ofrecerla como atractivo para que en el país se establezcan maquilas que, gracias a la sobreoferta y a la inaplicabilidad de la legislación laboral protectora de los trabajadores, puedan pagar salarios de hambre y ver aumentadas sus utilidades hasta más allá de lo imaginable.
No es por casualidad, entonces, que durante la campaña electoral en curso se esté hablando de que en el próximo futuro “habrá trabajo para todos”.
Y es que no importa si el ingreso y el nivel de vida de los trabajadores decrece en forma sostenida. Lo que importa es que el poder se concentre aún más en manos de los que cuentan con ahorros y con acceso al capital financiero, sean nacionales o extranjeros.
Si los pobres se mueren de hambre, mejor.
Esta y no otra es la estrategia que está siguiendo el nacionalismo.