22 octubre 2005

Espejos de Príncipes: la relación entre el pensamiento y el poder


Quizás las dictaduras y revoluciones de nuestro s. XX inspiraron este rompimiento. Alguna vez los filósofos fueron amigos del hombre de poder; después de todo la filosofía y la ciencia nacieron a la sombra del palacio, única alternativa antigua frente a la Iglesia y se estableció en un momento, entre ellos, una relación simbiótica.
En nuestro tiempo, los pensadores mas bien han roto su vínculo con el poder publico y tienden a caricaturizarlo. (El capitalismo ha permitido que se agencien otros medios.) Desde Jarry y Ghelderode, la literatura se ensaña con el hombre de poder; lo mismo hacen aquí con destreza Bhar, Escoto o García.
No creo que sea por eso que se produce, alrededor del mundo, un deterioro tan notable de la condición del liderazgo. A mí me avergüenza un poco pertenecer a una era en que hombres como Berlusconi, Bush Jr. y Putin llegaron al poder electos a pesar de un pasado tenebroso y de un presente que los descalificaba en el momento de su elección. ¿Hay que culpar a los medios calientes, a las nuevas consultarías capaces de elegir a cualquiera con suficiente dinero?¿O al ciudadano que obviamente aun en países avanzados, no puede distinguir a corruptos, ineptos y perversos?
Mientras que al tirano cruel se le conoce históricamente con nombre propio, tan raros han sido desde siempre los gobernantes sabios que constituyen conjuntos mitificados como los Reyes Magos. Ahí están los sabios reyes de la primera dinastía Chou según Confucio, los Quetzalcoatl de los antiguos mesoamericanos. Y en nuestra tradición occidental, se exhortaba a la emulación de un modelo, escribiendo “espejos de príncipes” en los que se encomiaba al poderoso a la piedad, la virtud y la sabiduría.
Hasta el Renacimiento, cuando don Niccolo nos enseñó que (en aras de la libertad de la Republica ¿cuántos entienden eso?) era más apremiante estudiar cómo se construye y preserva el poder, que pretender ponerle cortapisas etéreas, cuando a estos condenados no les interesa ni siquiera salvarse a sí mismos, porque -además- el buen príncipe ha de disponerse a todo incluso ¡la entrega de su alma! para salvar al bien común.
En la practica, haciendo a un lado a algunos positivamente insensatos, que los persiguen y los matan, la mayoría de quienes ocupan posiciones de poder, desde la antigüedad hasta nuestros días, ponen a los sabios a distancia, para favorecer círculos de favoritos viciosos: incontinentes, ignorantes y fanáticos, porque estos les proporcionan la adulación a la cual los sabios son alérgicos e inmunes y les confortan frente a su propio déficit. Prefieren al bufón, que al mago. No hay mal que dure cien años.
Si bien es vulnerable al asalto, la democracia ha construido algunas cauciones y la naturaleza humana tiene compensaciones. Ya lo decían los griegos (cuya teoría de la tragedia esta construida sobre este predicado) los poderosos en su soberbia provocan su propio tropiezo.
Los malos gobernantes solo pueden sostenerse a base de imponer regímenes de terror que, si bien pueden ser igual de salvajes que siempre, felizmente cada vez duran menos en nuestras sociedades bien comunicadas. (Witness Saddam) Berlusconi no escapara al enjuiciamiento. A medida que trasciende la verdad sobre la guerra y el petróleo, Bush se condena.
Porque finalmente el poder siempre es una continúa negociación temporal. Y mantenerlo –bajo un régimen de ley-- requiere sabiduría, equilibrio y orden, la sangre fría para ver los hechos de frente. Una disciplina para someter el propio impulso al cálculo y un cierto destello de genialidad. Una determinación para combatir con el arrojo del héroe, tomando las precauciones para inspirar confianza. Porque nadie quiere inmolarse.
¡Buscamos sobrevivir! Nadie querrá estar expuesto al riesgo que supone acompañar al Príncipe obtuso en su caída anunciada y los sabios, después de todo, la pueden anticipar. Exige --esa condición exaltada de ser el primero entre todos-- un sentido común profundo si se quiere, y no tan común, para descifrar una relación de fuerzas invisible para otros o indescifrable. El líder siempre es el responsable. Al final. Pero se sostiene solo rodeado de un Estado Mayor de oficiales capaces, una guardia de honor.
No hay sabio ya. Nadie en nuestros días puede aspirar a aquella condición que se decía que tenían en la antigüedad los sabios, de dominio de todos los conocimientos. La aceleración desde justo el Renacimiento de la producción de conocimiento ha rebasado –si alguna vez existió— la capacidad de cualquiera para dominar todos los ámbitos. (Fausto es una tragedia sobre esa nostalgia de la modernidad) Aun él mas aplicado de los genios no conseguirá en una vida dedicada al estudio dominar mas que una pequeña parte del conocimiento y se especializa.
Y nadie estudia para presidente, menos para sabio.
Abundan los necios estudiados, los idiotas doctorados.... Pero se cuentan con los dedos de la mano los pocos buenos gobernantes que en el mundo han sido.
Entonces ¿qué conocimientos necesita un príncipe? Pues dicen que sabio es el que sabe y más el que sabe como averiguar lo que no.
Quizás la primera condición del gobernante prudente es la capacidad para identificar a quienes tienen los conocimientos y destrezas para cumplir tareas específicas. Y la segunda respetarle a cada cual su dominio, su campo especifico, para asignarle un sitio propio en el alineamiento. El príncipe tiene por lo menos que saber quien es quien.
Entre los profesionales. Debe ser capaz de convocar y reunir a los que conocen con profundidad. Y luego tiene que encargar tareas, delegar en el proceso de toma de decisiones, confiar en el criterio de los colaboradores.
Eso no ocurre en el subdesarrollo, en el que los políticos en general, y no solo este o aquel, se creen sabelotodos, porque la masa de ignorantes alrededor les provoca esa tentadora impresión. Y se rehúsan a tomar consejo, imponen su criterio. Movilizan al adlátere contra el consejero. Irrespetan el profesionalismo de la gente y marginan al que tiene un criterio independiente, objetivo.
No sé que amigo me recordaba hace días esa máxima que dice que “un político piensa en la próxima elección mientras que un estadista piensa en la próxima generación”. Le repostaba yo con todo el pragmatismo que me caracteriza (un signo de los astros, del destino o de mi temperamento) que en nuestros días y sociedades “democráticas” para llegar a estadista, hay que ganar las elecciones. Y hay que escoger, so pena de ponernos la soga al cuello o el puño del verdugo en el pescuezo si nos equivocamos. Porque con o sin pena de muerte, el mal gobierno mata y ni el más sabio escapa al impuesto de sangre y sufrimiento que trae consigo el tirano.
De modo que hay que elegir a gobernantes de noble corazón y sinceros. Y no a lobos feroces. ¡Venga Mel!
Rodolfo Pastor Fasquelle