14 mayo 2006

Sociedad Civil Sociedad Política

La dualidad esta ahí por definición, aunque los contenidos de esa definición varían. En teoría además, no puede existir la una sin la otra, cada cual es reflejo y producto también de su contrapartida. Y al final hay o no hay una sociedad nacional que las contiene.
Los políticos salen lógicamente de comunidades en las que han prestado servicio de sociedad civil la que, a su vez, depende de servicios básicos que proporcionan las instituciones que sustenta la sociedad política, del Estado y el gobierno. En Honduras sin embargo al parecer, a pesar de representar dos partes interconectadas de un todo, se conciben a si mismas como enemigas o al menos adversarias. Cada una se habla a si misma dentro de su propia burbuja. La sociedad política y la sociedad civil quieren descalificarse la una a la otra, cada una de ellas supone que ella es la que representa a la sociedad en su conjunto y que la otra es un mero usurpador, una ficción, un ardid perfectamente dispensable. Es posible que en ambos casos, la descalificación del otro sea una función de la mala conciencia porque ambas partes están conscientes también de sus suplantaciones y de las imposturas, pero me pregunto si eso es sostenible.

Si ninguna de las partes reconoce tener un interlocutor legitimo no puede haber interlocución, es decir dialogo, mucho menos la convivencia derivada: eso es lo que ocurre por ejemplo en el Medio Oriente. Y en Honduras. Porque si no es así, ¿bajo que pretexto un régimen supuestamente representativo (de tres bancadas y fracción) legisla para soslayar la participación de sociedad civil? ¿De verdad no representan a nadie esas organizaciones? ¡Acaso todas son ongs? ¿De verdad la clase política de este país cree que puede resolver los problemas nacionales de espaldas a o sin el concurso de la sociedad civil? (Y conste que a mí como ciudadano orgulloso me luce que deberíamos de ser nosotros los primeros interesados en valernos unos a otros y acompañarnos en las tareas del desarrollo y el combate a la pobreza.) Y por otro lado ¿a cuenta de que se asume la sociedad civil una actitud casi infantil, de rechazo en contra de “los políticos” a los que se sataniza y desestima, como se burlaban en otros tiempos los militares de los “civilones”? ¿De verdad piensan estos representantes de organizaciones y dirigentes de ongs que podrían prescindir de un sistema político? ¿De verdad es posible negarle toda legitimidad al sistema que produce representantes y alcaldes?

Si el gobierno multiplica los puestos y las instancias, desdibuja las líneas de la ley, la autoridad y el mando e impide que funcione bien cualquiera de las ruedas dentadas que debe mover a las demás, ¿cuál podría funcionar bien? Si existen instituciones e instancias para la participación y para la fiscalización de una función publica y se sospecha que no van a funcionar bien, ¿por que no reforzarlas? ¿acompañarlas, en vez de crear otras? Independientemente de que tenga asidero legal o interés político, establecer nuevas instancias de toma de decisión que desplazan o compiten con las existentes estorba el trabajo institucional, si no se prevé una división del trabajo entre ellas. podría de hecho paralizar todo el proceso. Darse por vencido sin embargo frente a esas creaciones antes incluso de que tengan carne y hueso o de que sean operativas es una cobardía que se derrota a si misma.

El problema es que en general los hondureños no creemos en nosotros mismos y menos aun por supuesto si pertenecemos a distintos gremios, partidos, iglesias. Acaso se trata de una antigua raíz de intolerancia. Los partidarios de un movimiento o seguidores de un caudillo sistemáticamente desestiman a cualquier contrincante o al que no marcha en sus filas. Los liberales no creen en los nacionalistas y viceversa. Y ahora los miembros de la sociedad civil no creen en los politicos y por supuesto los politicos no tienen en absoluto confianza en los representantes de sociedad civil. La desconfianza en el otro, en los otros es un valladar insalvable para el funcionamiento de la sociedad en general, genera ingobernabilidad, atonia sistémica y mal gobierno.

Retirarse de El Consejo Consultivo para la Estrategia para la Reducción de la Pobreza es un error de las organizaciones de sociedad civil porque es optar por el enfrentamiento, o la confrontación como dicen ahora, con un supuesto fantasma que según ellas no representa a nadie, es renunciar a un foro y a un espacio de comunicación con esas fuerzas inevitables y con la opinión publica. Muchas veces sobreestimamos nuestra capacidad de convocatoria fuera de esos foros conjuntos. Si la mayoría de los hondureños no saben o entienden que cosa es la Estrategia para la Reducción de la Pobreza, menos saben que cosa es el Consejo Consultivo para la E.R.P y por supuesto que solo una ínfima proporción entiende quien es Fosdeh o le atribuyen peso político mayor a la organización de los discapacitados.

La lucha contra la pobreza y en particular la pobreza extrema en Honduras es o debería de ser una tarea compartida y un compromiso nacional, de toda la sociedad, de la sociedad política y la sociedad civil a cada una de las cuales le corresponde un papel especifico. No ha avanzado bien hasta ahora precisamente por falta de coordinación. Yo tengo que ser sincero y declarar que esa lucha no va avanzar nunca mientras estén divididas y confrontadas las sociedad civil y la sociedad política. Y es responsabilidad de ambas partes resolver esa contradicción aunque no sea porque ambas lucen un poco ridículas en su pantomima, en su dialogo de sordos y ganen un poco d credibilidad, por separado, ante la opinión publica.

Rodolfo Pastor Fasquelle