19 septiembre 2006

Transparencia y gobernanza: ¿Quién es quien en transparencia?


Los políticos tienen razón de temerle, a la transparencia. Miguel Gorbachev bautizó su política de transparencia y apertura con él termino ruso "glasnost” (alusión al vidrio o hielo, glass y a su condición de transparente) y puso el concepto de moda. Pero con esa política cayó el imperio soviético y el régimen que se sustentaba sobre el control de la información y que Gorbachev era el encargado de preservar. El Presidente de la Republica Manuel Zelaya llegó al poder prometiendo una Ley de Transparencia, de libre acceso a la información publica: sigue sosteniendo esa posición. Ningún político dice que esta en contra. ¿Solo tienen desacuerdos en cuanto a la forma y regla?

El Presidente de el Congreso, el Sr. Roberto Micheletti asegura que también esta a favor de una genuina transparencia. Que es inocente de la maniobra de trastocar el “Proyecto de Dictamen” para esterilizarlo por medio una serie de “candados”, con los cuales los funcionarios determinarían cual información liberan. ¿Quiénes -entonces- adversan la ley? A excepción de Jaime Rosenthal, los dueños de los medios de comunicación, políticos o no, se oponen abiertamente a la ley de habeas data al igual que un colegio de periodistas al que, evidentemente, no le interesa tener libertad para informarse ni para informar, aunque en teoría esa es su función social. ¿Cuál creerán ellos –si no- que es su propósito o su misión? Permítaseme formular otras preguntas retóricas.

¿Será que quienes controlan el Congreso Nacional no quieren ser los causantes de su propio descalabro? ¿Entienden que la transparencia es revolucionaria? ¿Quieren seguir ocultando los millones con que han comprado a los periodistas y a los órganos de comunicación vendidos (que hay suficientes) y no quieren que se publiquen los subsidios que se auto otorgan? ¿Los medios y periodistas tarifados no quieren que se publiquen los contratos que consiguen por estar en posición de informar o encubrir o desinformar? Los diputados ¿no quieren que se sepan las deudas que se auto condonan? ¿O las maneras en que se les induce a legislar en contra del interés general, invocándolo? ¿O los convencen de aceptar prestamos que no necesitábamos? ¿O para promulgar legislación que beneficia solo intereses particulares? ¿Buscan cubrir las espaldas a quien les hace favores? No importa cuales sean las respuestas a esas preguntas terribles. En realidad no tienen alternativa los gobernantes. El régimen no es sustentable ya sin una ayuda financiera externa, que exige transparencia. A menos que estén dispuestos a permitir que colapse el Estado, porque les importa menos eso que estorbar la transparencia. ¿ Morirá con ellos su amor a la corrupción?

La Ley de Transparencia es piedra angular. Un punto de partida de la verdadera democracia y de la genuina modernidad. No puede ser moderna ni democrática una sociedad en la que solo unos pocos pueden saber lo que esta pasando. No creo que exista una ley perfecta y aquí, entre nos, no concibo que la promulgación de una ley aun muy buena pueda, por si sola, acabar con la corrupción. (Hecha la ley dicen los sabios ... hecha la trampa. Ahí esta el caso de México, que tiene ley pero aun, para nada, transparencia). Después de ley, se necesitan: profesionales alertas y capaces, medios, aunque sea alternos, dispuestos a divulgar los hallazgos y una ciudadanía atenta.

Pero los políticos, en particular los legisladores que impidan la promulgación de una ley razonablemente útil o que la falsifiquen en un placebo de ley, que el Cardenal llama hoy “estéril” (refiriéndose concretamente al segundo dictamen) están condenándose y condenando a su partido a un descalabro.

La masa de la población con -ahora dicen- cinco años de escolaridad no esta concernida, ni siquiera consciente de la problemática. No entiende de teoría política y esa es la mayor limitante de nuestra democracia, desde que lo advirtió el Sabio Valle. Pero aunque se necesita tener una masa de votantes para ganar elecciones, la masa voluble se reparte fácilmente por partes iguales y se precisa –además- de lideres de opinión para conseguir ese 5% o ese 0.5% adicional necesario para ganarle a la masa del otro.

Los nacionalistas pagaron un costo político caro por haber demorado la promulgación de esta ley. La ayuda publicitaria que recibieron a cambio no les compensó. Se les acusó de corruptos y tuvieron que ceder la bandera con la cual Mel defendió el planteamiento de un Poder Ciudadano dotado de los instrumentos de información para ser efectivo. Los liberales podríamos sin embargo replicar el error. El liberalismo no podría reclamar su continuidad en el poder si incumple, con cualquier pretexto, una de sus promesas fundamentales. El Presidente Zelaya lo sabe. Si no consigue transparencia, no podrá dejar de tolerar o detener la corrupción y si no la reduce, no conseguirá ninguno de los propósitos que anuncia su gobierno: poder ciudadano democrático, reducción de la pobreza con un desarrollo pro-pobre. Y quizás no pueda resistir tampoco la presión cotidiana que genera el descontento contra los privilegios y las injusticias.

Tienen razón los políticos del patio entonces de resentir su propio dilema. Se trata de una situación en la cual solo pueden perder la mayoría. A menos que estuvieran dispuestos a cambiar de estilo, a dejar atrás la mala costumbre de la fácil felonía para presentarse como héroes arrepentidos al final de la película, como redentores en vez de villanos, como la niña buena inadvertida. Eso requeriría cierta astucia que no esta a la vista. El Presidente hará sin duda lo que este a su alcance para facilitar esa conversión peligrosa. Pero al final del día, las posibilidades de la ley dependen de cuan caro les podemos cobrar porque la estorben. Si unos pocos (acompañados por el Cardenal y el Presidente) estamos dispuestos a ir hasta la ultimas consecuencias, los políticos concernidos van a caer en cuenta que les sale casi igual de caro detener la ley que dejarla pasar, que es más elegante. ¿Habrán olvidado que nosotros vamos a escribir la historia? Mi propuesta es sencilla: quiten los candados señores. El Estado democrático no tiene derecho a hacer nada (que no sea en aras de su seguridad externa) sin que lo sepan y aprueben los ciudadanos. Nada. Se les acabo el tiempo, muchaaa. Se acabo el juego.

Rodolfo Pastor Fasquelle