11 septiembre 2006

Los muertos de un día... y uno en particular, sin nombre

Esto de defender los derechos de los muertos es unoficio poco apreciado supongo. Me resulta obligado. Antes del cromagñon, los antecesores del homo sapiens no enterraban a sus muertos como no lo hacen ni losprimates mas avanzados (que, eso sí, los lloran y acompañan hasta el final) ni ninguna otra clase de bestia. Pero debe haber sido importante en la historia de la especie el día en que aprendimos a enterrar a los muertos. Se asocia esa practica con la primera idea de religión. Entre los griegos clásicos, enterrar a los muertos era ley divina en cuyas aras había que desafiar a cualquier autoridad. ¡Antigona! Pero entre nosotros los muertos no valen nada. Varias veces, he mencionado el abandono de los cementerios, yo mismo visito poco a los míos. ¿Qué tendrá que ver nuestra actitud con aquel terrible versículo en que se instruye que hay que “dejar que los muertos entierren a los muertos”?¿Será esto peculiar a Honduras o esta generalizado en el Mundo de la necesidad? No sé cuantos murieron violentamente en todo el país ayer.


No fueron tres como asegura el Tiempo de hoy --domingo 10 de Septiembre-- si no al menos cuatro, o acaso mas, los cadáveres que se encontraron en el área metropolitana de San Pedro Sula. Quizás la más trágica escena es la de la quinceañera, Jessy Banegas a quien los hijos de puta que la ultrajaron también mataron a golpes. Pero Jessy tuvo la bendición final de ser hallada por su madre y sus parientes más cercanos, que recogieron amorosamente sus despojos. El periódico menciona también el cadáver de un joven de 23 años, encontrado cerca de Rancho El Coco, que parece una ejecución ilegal, de las que siguen proliferando y en las que están involucrados algunos oficiales corruptos.
Consigna Tiempo el ahogamiento en Ticamaya, de una tercera persona, de la que no se menciona siquiera el sexo o la edad. Pero no menciona, y quizás es mi culpa, porque pude llamarlos para que vinieran a fotografiarlo (pero no creo en eso), a un pobre diablo que encontraron en una poza de Río Blanco, frente a mi
propiedad, en El Carmen, enganchado en un árbol, medio desnudo, vestido solo con una calzoneta.

No pareciera que cuatro cadáveres fueran demasiados para la policía, la fiscalia y la oficina local de Medicina Forense. Pero me consta lo que sigue: No sé si lo encontró él o Vicente, que tenia la tarea de pasear con los caballos. Deben haber sido las once de la mañana cuando don Toño, leal anciano y custodio, llego sin aspavientos (él alardea de tener la sangre fría) a notificarme que ahí estaba. Me reportó que el hombre tenia un hoyo en la espalda, que parecía que el Río lo había arrastrado desde la ciudad y que ya había una nube de zopilotes rondándolo. Conocedor de lo difícil que pueden ser estas situaciones y las tardanzas acostumbradas, equivocadamente pensé valerme del privilegio de los funcionarios e intenté comunicarme con los oficiales de mayor rango de la policía para reportar y conseguir que se organizase el levantamiento del cadáver. No tuve suerte de ministro, ninguno respondío su celular.

Por fin, aprovechando el sistema de comunicaciones oficiales, logré comunicarme con una oficinista, a quien comuniqué el problema. El oficial que me tomó la llamada y supuestamente apuntó los datos me dijo que tenían pocas patrullas pero que, en cuestión de veinte minutos estaría por aquí una de ellas. (Vivo a 15 minutos del centro de San Pedro, hay una posta con patrulla a 5 minutos, en la aldea de El Carmen y otra posta, con patrulla, a 7 minutos en Las Lomas, afortunado de mí, porque hay poblaciones enteras que viven a muchas horas de distancia de la policía más cercana.) Le dije -iluso yo- que don Toño estaría esperando para mostrarle el sitio exacto. Y descansé. Volví a llamar a las 4:30 de la tarde. Esta vez conseguí a un oficial. Y media hora después llegó por fin la alegre patrulla, con cinco elementos armados hasta los dientes, que efectivamente fueron a ver, solo de lejos y concluyeron rápidamente (supongo que tendrán experiencia) que se trataba de “un bolito”, que quien sabe como se habría asomado al agua de su muerte. ¿Un suicidio? La patrulla no recogió el cadáver. Tendría que regresar con Medicina Forense. Ya tarde se asomó de nuevo la policía, al portón pero se alejó en el acto. Anoche una tormenta hincho de nuevo el río y la corriente pudo desenganchar el cadáver. Hoy, cuando escribo, al medio dia del Domingo, nadie ha venido para averiguar a donde se lo llevó.

Recuerdo una obra de Ionesco, “Amadeo”, en la cual de repente aparece un cadáver que crece, un cadáver venenoso y putrefacto como este, que rueda ante nosotros sin que nadie se ocupe de el. Porque lo caritativo, claro, seria uno meterse al del río y desgancharlo y cavar una tumba suficientemente honda, aunque no hubiera mas ceremonia ni rezo, para ponerlo a salvo de los perros y de las aves de rapiña. Pero eso esta prohibido en nuestra sociedad civilizada. Para no esconder los crímenes que así pasarían desapercibidos. El levantamiento lo tiene que hacer esta oficina, que debe estar alcanzada, la pobrecita, o al menos cansada de recoger tanto cadáver. Porque son muchos sin duda aunque solo sean cuatro los del dia. Quizás en el interior en donde no hay medicina forense tengan mejor suerte los difuntos. Yo ciertamente voy a querer morirme lejos de su alcance.

A mí, que soy un romántico y un sentimental, me resulta escandaloso lo que ha sucedido con este pobre amigo. ¿Qué significa el abandono de sus despojos, además de insolidaridad?

Me parece que el cadáver arrastrado por la corriente, es una especie de símbolo o mensaje de la humanidad en nuestro tiempo. Y que el desprecio que la sociedad organizada muestra hacia el cadáver de este individuo supone una deshumanización, anuncia quizás el fin de una civilización, ciertamente es una negación rotunda de los Derechos Humanos que creíamos haber conquistado, como generación y manifiesta un profundo irrespeto para la muerte, que también es un insulto a la vida. Y no sé a quien habría que castigar por negligente. Pero alguien al menos debería de disculparse. Y nosotros todos deberíamos de disculparnos por haber llegado a este punto de insensibilidad, en donde podría pasar cualquier cosa.


Rodolfo Pastor


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