15 febrero 2007

La Marcha e impunidad: crónica de lo bello, lo malo y lo feo


Lo más importante fue la participación de la gente, desbordada, de todos los sectores y partidos. (¿A cuenta de qué tendría un monopolio del tema la sociedad civil? ¿No concierne a los partidos el combate a la corrupción?) El Cardenal, que invitó al Presidente y gabinete, llevaba identificado a su contingente pero también el Pastor Canales y el Doctor Rosa y Cayetana.

Frente a mí, el Comisionado García llevaba una manta plastificada con locuaz texto conceptista quizás muy elaborado. Más adelante pude ver, con pancartas hechas a mano, a representantes de las Comisiones Municipales de Transparencia, claves para los procesos locales. Y Juan Ferrera anunció que había contingentes de varios departamentos, aunque no pudieron transportarlos a todos confesó Ávila. (Como en las concentraciones políticas a las que hay que acarrear "gente").

Atrás de mí se colocaron --en el camino—un alegre batallón de campesinas de un pueblo del interior. Con los colores y lemas de la UD y del Bloque Popular, pero bien portadas, sin garrotes. (Eso de manifestarse con garrotes también es corrupción). Amables. Como sus líderes, el Dr. Almendares, uno de los hombres más nobles, el indirigible Obispo Santos, que no se deja dar atole. Debe ser difícil llamarse así y recordar que somos pecadores. Llevaba a mi lado a otro par de valientes. Al Fiscal Adjunto Cerna y al Dr. Aguilar Paz, que no habían escogido marchar a la cabeza, en la primera fila. Porque de eso no había necesidad.

Y aunque no es seguro cuando, puede llegar a tener sentido una manifestación de este tipo si se constituyera el comienzo de una movilización social popular contra la corrupción. Porque además es un gran equívoco pensar que la corrupción es del gobierno. Es como dicen, un monstruo de cien cabezas y permea todos los estratos: desde los bajos, en los que se justifica el raterismo y la prostitución de las muchachas hasta la cúspide de la sociedad, fotografiada de frac en las revistas, en donde alternan empresarios y gobernantes y comparten las ganancias de contratos millonarios y los beneficios del poder que, por favor, nada tienen que ver o muy poco con los salarios y viáticos del Presidente, cuyo monto parece interesarle a Jorge Illescas, a quien también abracé en La Marcha. Lo decimos de hace tiempo. Somos todos. ¿Velones?

El Dr. Samayoa alega que le queda un "sabor amargo" porque algunos corruptos marcharon también. Y eso era de esperarse y no se podía evitar del todo como no se puede evitar que comulguen torturadores que tienen las manos ensangrentadas. Siempre hay cínicos. Vaya Ud. a saber quiénes son los fariseos, si los que andaban fingiendo impecabilidad o los que los rechazaban, por considerarse más puros. Hubo otros muchos ingenuos o que se tragan el cuento de que pueden juzgar a los demás. ¿Habrá muchas cosas más detestables que la actitud de quienes se consideran "más santos que tú"? Yo vi si a un par de fulanos de los que me han contado cosas y aun otro acerca del cual han trascendido historias. Pero como en este país cualquiera dice cualquier cosa, nunca estoy completamente seguro de quién es quien. Y prefiero dejarle esa determinación a la historia y pensar que la mayoría de los "marchantes" era de gente honesta.

Me impresionó más bien la cantidad de gente que guardó su distancia. Muchos compañeros no se atrevieron a marchar pese al apremio y hubo un par que pareció incluso nervioso. (¿Hubiera habido quórum del Consejo?) Líderes políticos como Rafael Callejas y Pepe Lobo pero también la mayoría de los supuestos precandidatos se mantuvieron alejados, habiendo mandado contingentes de juventud y activísimos. Vi sólo a un par de diputados. (A Marta, en fin, que por ahí metió otra pancarta sobre otro tema. Porque no sólo los políticos se deslizan en una cáscara de banano. También el Opus). De éstos que no son "empleados" según su propia definición. Si no que altos dignatarios y que por esa vía se han puesto a sí mismos más allá del alcance de la ley de transparencia. (¿No sienten vergüenza de eso? Esté o no esté clara la cinta magnetofónica. ¿No sienten vergüenza de promulgar leyes para la honradez de las que se eximen a sí mismos?) ¿De verdad no les incomoda invocar la costumbre (de los subsidios) para legitimar sus piñatas y ONGs? Hubo poca participación de periodistas y de jueces y fiscales. Sólo siete sudorosos abogados cargaban la pesada pancarta de la "Barra de Abogados contra la corrupción", aunque el gremio es numeroso. Y no hubo muchos maestros, de los que la lideresa lenca Vicenta, increpó por dar menos horas de clase de las que se les pagan, porque también eso puede ser corrupción. ¿O no es políticamente correcto decirlo?

Lo importante era la marcha en sí. Porque cuando caminamos juntos participamos, en vez de sólo declarar, rezar o escuchar pasivos, como en las concentraciones, los estadios y algunos templos. Pero estuvo bien que llegara el Presidente. Al final. A reconocer la marcha como manifestación de la sociedad que gobierna. Llegar era una apuesta y un acto de valentía. Al final --aunque fuera conmovedor el discurso de Vicenta, el menos contundente de don Juan, el siempre resonante del Cardenal que --sin embargo-- es apropiadamente mejor orador sacro que profano o el del Presidente que, siendo yo su ministro, estoy obligado a calificar de excelso, la concentración en el campus universitario era –digamos-- que anticlimática. Claro el Presidente que también tiene un elevado sentido de liturgia, realizó la ceremonial juramentación de la Ley de Transparencia, la "más avanzada de América Latina" (pese a ciertos bemoles) frente al Cardenal, como líder simbólico en este caso de la sociedad entera, y que le dio un gran espaldarazo constatando su compromiso con la moral pública. Y esa ceremonia era un complemento. Porque hay que actuar. ("Estas no son meras palabras" le contestó el Presidente a Juan Ferrera). Las leyes facultan a la acción cívica, independientemente de sus limitaciones. Y para cultivar la astucia por medio de la cual podemos ir más allá de las limitaciones.

Empleado después de todo –Igmar-- según una antigua definición del Diccionario de La Lengua es todo aquel que, de manera regular, recibe dinero a cambio de un servicio. Escapan de esa definición los príncipes de la industria, las finanzas y el comercio, los capos de la política que manipulan títeres desde atrás y encima del escenario, los grandes terratenientes y feudatarios de almas. No están empleadas en rigor las prostitutas, porque sus remuneraciones son aleatorias e irregulares. Pero somos empleados del pueblo los demás, electos o designados: ministros, jueces, diputados y comisionados sin excepción, incluso los Supremos Magistrados y Presidentes de los poderes. Y nadie puede colocarse ni estar por encima de la ley, ni escapar de ella.