17 enero 2007

El Embajador, las trasnacionales y la historia


La emergencia, Señor, la crearon las empresas que, resentidas, se desentendieron de su obligación de abastecer al país de un bien estratégico. Es sencillo: ellos no estaban trayendo los combustibles necesarios; nosotros no tenemos donde guardar los que van a llegar en las próximas horas. Y se puede decir que es una crisis “de nuestra propia hechura”, pero es crisis y el gobierno no puede obviarla. Hace falta quizás recordar un par de principios básicos: los embajadores tienen la obligación de defender los intereses de sus economías y empresas, con tacto por supuesto, bien informados y respetando la prerrogativa del Estado nacional, así como el Gobierno tiene que asegurar el bien público de su pueblo y nación, para eso recurriendo a leyes, principios de soberanía, y asistido por el derecho internacional.

Ningún antiamericano. Yo soy un amante del pueblo y la cultura de los EEUU, país en el cual me crié y estudie mi primera carrera, tuve mi segundo y mi tercer amor, una hija (poetisa lucida y profesora de literatura) y dos nietos por los que igual daría la vida que por cualquier hondureño, y muchos colegas y amigos. Pero también conozco por lo mismo los puntos ciegos de esa cultura y desde que, adolescente, protestaba contra la terrible guerra de Viet Nam, he atestiguado como Estados Unidos ha venido a ser la única superpotencia, colapsado su rival en cuestión de días, cuando a los grandes estados primarios de la historia les había tomado siglos la decadencia. De repente, eso ha provocado una desorientación profunda y acaso la de quienes han concluido que ya no necesitan aliados, cuando la Embajada en Tegucigalpa decide subordinar la relación compleja entre nuestras naciones al interés de dos petroleras, que jugaron un juego de poder.

Porque, a diferencia de mis compañeros, yo tengo la sospecha de que el problema no es una persona, quien no podría estar actuando sin instrucciones del Departamento de Estado. Aunque también queda uno obligado a reconocer que pocas veces en el pasado de post guerra fría (quizás la excepción fue Almaguer) hemos tenido a un embajador tan inclinado a pronunciarse sobre asuntos internos. Tampoco ha actuado en un vacío local, Charles Ford; aquí no solo los periodistas si no también los miembros de la clase política invitan a esas intervenciones, las propician y hasta las manipulan y defienden. Véase si no el editorial firmado de La Tribuna de ayer lunes, que calca con un estilo local los argumentos del Embajador, un profesional de la economía prestado al Departamento de Estado por el de Comercio. O las declaraciones hoy, en el mismo periódico, del tenebroso Dumas.

A mi por cierto, el Embajador estadounidense, además de manifestarme un aprecio personal que es reciproco, me ha dado apoyos puntuales para el trabajo de Cultura y me ha escuchado hablando de la e.r.p. y de corrupción, incluso cuando le he dicho que se equivocan a veces al juzgarla. De modo que lo considero un amigo. Que ha cometido errores, porque no es infalible tampoco el y ligerezas contra principios básicos que supuestamente rigen la política exterior de su país: la defensa de los derechos de autodeterminación de los pueblos, la libertad política y económica de sus aliados, el libre comercio y la dignidad de las naciones. Desde hace meses ha venido presionando en todos los ámbitos, con desfachatada impropiedad y dándole la espalda a nuestro predicamento. Ahora se ha dejado llevar de impresiones ajenas y ha dado una declaración imprudente, que debemos perdonarle y darle ocasión de rectificar. Me rehúso a hacer leña del árbol caído

Lo que ha hecho el gobierno del Presidente Zelaya (con el aplauso de los hondureños de todos los orígenes y condiciones, en el país y en el extranjero, de todos los partidos con la salvedad apuntada y la mala conciencia de otro par de magnates turbios) no es mas que asegurar el éxito de un procedimiento que eliminaba un oligopolio, invitando a una participación de otras empresas mundiales, quince de las cuales hicieron ofertas mejores que el maltrato que nos han dado las de siempre, que se sienten hoy agraviadas. (Eso no es satanizarlas, Señor, es decir efectivamente lo que vienen haciendo, lo que hicieron impunemente bajo el timorato auspicio de los anteriores gobiernos, que hoy temen quedar mal ante la historia.) Se han asegurado las circunstancias para que esa transacción de apertura comercial sea efectiva. ¿Podíamos dejar de hacerlo?

Por lo demás, siento que acierta el Embajador cuando declara que ahora “conoce mejor que antes al gobierno”. Muchos pensaban, como aparentemente en su despacho, que en este “paisito de segunda”, se podía --como casi siempre en el pasado, usando la zanahoria y el garrote-- conseguir que nos comportáramos, al final, como bestias amaestradas. Sospecho que hubo malos hondureños que le indujeron a creer que los gobernantes actuales éramos igual de pusilánimes que varios antecesores, a los que me rehúso a homenajear. Y esta en todo su derecho a recomendarle al Departamento de Estado un viraje político que, sin duda, puede hacernos daño. Pero en pocas ocasiones tantos y tan diversos sectores nacionales (incluso muchos empresarios que acostumbran ser complacientes con su principal cliente) se han unido a tal punto, poniendo en precario el control de la opinión publica por los medios. Incluso los inversionistas estadounidenses realmente productivos anunciaron ayer y hoy nuevas inversiones en la agricultura de exportación. O sea que nadie esta asustado.

Por aquello de que lo considero amigo me apena realmente el predicamento del Embajador. El por supuesto tiene derecho a puntos de vista particulares como cualquier otro, pero tiene que usar la discreción del caso para defender estas que parece concebir como “verdades evidentes por si mismas” y tiene que informarse mejor. Nunca se ha hablado aquí de expropiarlas. La Texaco y La Esso (resentidas con la licitación y en aras de la defensa del sagrado principio de la propiedad) tienen derecho a dejar podrir sus tanques de almacenamiento cuando no los necesitemos para que se nos abastezca de una materia estratégica. Pero aunque no sea un aliado militar en la OTAN como el vecino, Honduras es algo más que un exportador de guineos y comprador de gasolina; sigue siendo una pieza estratégica para los intereses estadounidenses, quizá ahora más que nunca, con Chávez y Ortega. Y un eslabón en el proceso complejo de la integración Latinoamérica y del Caribe. Y eso vale más que las “perdidas” que tendrán aquí dos petroleras.



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