Marchas, ¿lograron el milagro?
Gloria Leticia Pineda |
He sido optimista toda mi vida. Crecí en pueblos pequeños, en contacto con la naturaleza de mi patria, eso explica mi amor vehemente por Honduras y mi profunda fe en su gente.
Después de ser testigo del latrocinio oficial descarado de comerciantes sin moral, me han cambiado el carácter y las perspectivas de la vida. Estoy segura de que si cien mil ángeles bajaran del Cielo diciendo: “Vamos a enderezar a los corruptos hondureños”, no servirían para nada.
Ser honrado e íntegro no es ocasional, es permanente, constante, se somete a todos los escrutinios. Comienza con la familia. De esos habemos muchísimos en Honduras, ¡la mayoría! La portada de La Prensa de febrero 11 dice: “El pueblo repudia la corrupción”.
Lo cierto es que ya pasamos del repudio, ¡quisiéramos matarlos!, enterrar la ponzoña de todos esos que le roban salud, educación y bienestar a este sufrido pueblo. El Cardenal dice “que pidan perdón”, pero pedir perdón sin espíritu de enmienda es peor falsedad.
También dice: “Elogio la transparencia del gobierno de Zelaya”. El fenómeno “transparencia” es tan sutil, abstracto y no puede medirse que depende de impresiones que casi siempre son subjetivas. No le tengo confianza al Presidente.
En vez de formar un buen equipo, ahora es un “hombre orquesta”, veleta, que quiere dirigir todo y repitiendo en su mal español, “el argor popular”, dice que quien abarca mucho poco aprieta.
Todo lo que ofrece Zelaya es cosmético. Sólo genera programas, propuestas, alucinaciones, además del agua de Amapala. Lo demás son puras “luces de Bengala”, nada en concreto. Él, como los presidentes anteriores, se limita a decir “lo haremos”, jamás dice “lo estamos haciendo” o “lo hicimos”.
Es falta de honradez que el Gobierno oculte el Presupuesto General de la República pormenorizado, especialmente los sueldos de todos los burócratas, comenzando por el del presidente Zelaya. Si él soslaya la pregunta o da una cifra ficticia es porque oculta todo el exceso que se mete en la bolsa. El pueblo paga impuestos y tiene derecho a saber en qué se usa su dinero.
Para conocer el presupuesto completo de EUA sólo tiene que ir a un puesto de revistas, compra el World Almanac y allí se entera. En 1996, el presidente Clinton ganaba $200,000 anuales, menos el 40% en impuestos le quedaban $120,000 anuales, $10 mil mensuales, lo mismo que ganaba el presidente Reina. ¿Cabe la comparación? El Presupuesto Nacional de EUA ya llegó a los 8,400 trillones.
Que el presidente Zelaya se haya metido en la “marcha” acompañado de activistas liberales pagados demostró varias cosas: inseguridad, irrespeto, que no es honesto, que delira por el exhibicionismo y que su transparencia es una falsedad.
Según El Heraldo del 2 de octubre de 2006, el presidente Zelaya completó 148 horas de viaje, en siete meses, dos vueltas al planeta, acompañado de familiares y periodistas. Gastó más de 10 millones de lempiras.
A todo esto, los hospitales siguen sin medicinas; las escuelas, sin pupitres, algunas sin techo y mil desgracias más para este sufrido pueblo. Es sarcástico que él pase hablando de “reducir la pobreza” con ese afán enfermizo que tiene por la ostentación y el lujo. Nadie le cree que ese constante derroche salga de su bolsillo, es una forma de corrupción despiadada.
Los precandidatos son corruptos. Si tanto les preocupa Honduras, ¿por qué no usan los medios que tienen para fondos de becas que beneficien a niños pobres o donar pupitres y pizarras a las escuelas de sus pueblos? Trabajan en sus propiedades para aumentar los dividendos patrios. Si los precandidatos son burócratas, son corruptos doblemente. Si los precandidatos son diputados, no sólo son corruptos, sino también delincuentes, pues violan las leyes que ellos mismos han redactado.
El presidente del Congreso, en una asquerosa y precoz precandidatura, usa dinero del Legislativo: subsidios, regalías, erogaciones, pasa viajando y abandona sus obligaciones como cabeza del Legislativo. Su responsabilidad es trabajar hombro a hombro con el presidente Zelaya para sacar del atolladero a Honduras. En tres años que faltan, habrá gastado millones y si logra la Presidencia, no dudemos de que nos llegó una persona corrupta.
Son ladrones los diputados que no asisten a sesiones y cobran salario completo; son ladrones los maestros que no dan clases y reciben su sueldo completo.
No es por ósmosis que un honrado que marcha va a contagiar a un irredento corrupto. Lo que necesitamos es una justicia recta, despolitizada, insobornable, que castigue con todo rigor, como la tuvo Juan Alberto Melgar durante su mandato, con magistrados honorables y bien escogidos.
Revise la historia. Necesitamos un pueblo que repudie y condene, que no tenga miedo de señalar los corruptos por su nombre. Aferrémonos a la norma de Leonardo da Vinci: “Quien no castiga el mal, ordena que haga”.
Después de ser testigo del latrocinio oficial descarado de comerciantes sin moral, me han cambiado el carácter y las perspectivas de la vida. Estoy segura de que si cien mil ángeles bajaran del Cielo diciendo: “Vamos a enderezar a los corruptos hondureños”, no servirían para nada.
Ser honrado e íntegro no es ocasional, es permanente, constante, se somete a todos los escrutinios. Comienza con la familia. De esos habemos muchísimos en Honduras, ¡la mayoría! La portada de La Prensa de febrero 11 dice: “El pueblo repudia la corrupción”.
Lo cierto es que ya pasamos del repudio, ¡quisiéramos matarlos!, enterrar la ponzoña de todos esos que le roban salud, educación y bienestar a este sufrido pueblo. El Cardenal dice “que pidan perdón”, pero pedir perdón sin espíritu de enmienda es peor falsedad.
También dice: “Elogio la transparencia del gobierno de Zelaya”. El fenómeno “transparencia” es tan sutil, abstracto y no puede medirse que depende de impresiones que casi siempre son subjetivas. No le tengo confianza al Presidente.
En vez de formar un buen equipo, ahora es un “hombre orquesta”, veleta, que quiere dirigir todo y repitiendo en su mal español, “el argor popular”, dice que quien abarca mucho poco aprieta.
Todo lo que ofrece Zelaya es cosmético. Sólo genera programas, propuestas, alucinaciones, además del agua de Amapala. Lo demás son puras “luces de Bengala”, nada en concreto. Él, como los presidentes anteriores, se limita a decir “lo haremos”, jamás dice “lo estamos haciendo” o “lo hicimos”.
Es falta de honradez que el Gobierno oculte el Presupuesto General de la República pormenorizado, especialmente los sueldos de todos los burócratas, comenzando por el del presidente Zelaya. Si él soslaya la pregunta o da una cifra ficticia es porque oculta todo el exceso que se mete en la bolsa. El pueblo paga impuestos y tiene derecho a saber en qué se usa su dinero.
Para conocer el presupuesto completo de EUA sólo tiene que ir a un puesto de revistas, compra el World Almanac y allí se entera. En 1996, el presidente Clinton ganaba $200,000 anuales, menos el 40% en impuestos le quedaban $120,000 anuales, $10 mil mensuales, lo mismo que ganaba el presidente Reina. ¿Cabe la comparación? El Presupuesto Nacional de EUA ya llegó a los 8,400 trillones.
Que el presidente Zelaya se haya metido en la “marcha” acompañado de activistas liberales pagados demostró varias cosas: inseguridad, irrespeto, que no es honesto, que delira por el exhibicionismo y que su transparencia es una falsedad.
Según El Heraldo del 2 de octubre de 2006, el presidente Zelaya completó 148 horas de viaje, en siete meses, dos vueltas al planeta, acompañado de familiares y periodistas. Gastó más de 10 millones de lempiras.
A todo esto, los hospitales siguen sin medicinas; las escuelas, sin pupitres, algunas sin techo y mil desgracias más para este sufrido pueblo. Es sarcástico que él pase hablando de “reducir la pobreza” con ese afán enfermizo que tiene por la ostentación y el lujo. Nadie le cree que ese constante derroche salga de su bolsillo, es una forma de corrupción despiadada.
Los precandidatos son corruptos. Si tanto les preocupa Honduras, ¿por qué no usan los medios que tienen para fondos de becas que beneficien a niños pobres o donar pupitres y pizarras a las escuelas de sus pueblos? Trabajan en sus propiedades para aumentar los dividendos patrios. Si los precandidatos son burócratas, son corruptos doblemente. Si los precandidatos son diputados, no sólo son corruptos, sino también delincuentes, pues violan las leyes que ellos mismos han redactado.
El presidente del Congreso, en una asquerosa y precoz precandidatura, usa dinero del Legislativo: subsidios, regalías, erogaciones, pasa viajando y abandona sus obligaciones como cabeza del Legislativo. Su responsabilidad es trabajar hombro a hombro con el presidente Zelaya para sacar del atolladero a Honduras. En tres años que faltan, habrá gastado millones y si logra la Presidencia, no dudemos de que nos llegó una persona corrupta.
Son ladrones los diputados que no asisten a sesiones y cobran salario completo; son ladrones los maestros que no dan clases y reciben su sueldo completo.
No es por ósmosis que un honrado que marcha va a contagiar a un irredento corrupto. Lo que necesitamos es una justicia recta, despolitizada, insobornable, que castigue con todo rigor, como la tuvo Juan Alberto Melgar durante su mandato, con magistrados honorables y bien escogidos.
Revise la historia. Necesitamos un pueblo que repudie y condene, que no tenga miedo de señalar los corruptos por su nombre. Aferrémonos a la norma de Leonardo da Vinci: “Quien no castiga el mal, ordena que haga”.
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