30 agosto 2008

Chávez o la amistad envenenada

Viernes 29 Agosto 2008

Juan Ramón Martínez

En la década de los sesenta del siglo pasado, en Tegucigalpa hubo protestas violentas debido al rechazo que algunos sectores juveniles le dispensaron a la visita de Nelson Rockefeler. La policía disparó en contra de algunos de los manifestantes más agresivos; y como resultado de ello, murió un joven estudiante, menor de edad, de apellido Zuniga. Unos años antes, los estudiantes universitarios protestaron por la visita de Anastasio Somoza Debayle, presidente de Nicaragua. Los ejemplos anteriores, se recuerdan para hacer notar que en una sociedad libre, es lógica la oposición y el disentimiento cuando se trata de la visita de una personalidad controversial que, además, ha despertado en el interior de varios segmentos de la sociedad, muchas preocupaciones. La empresa privada, la jerarquía católica, las dirigencias y miembros de cúpula de todos los partidos políticos de oposición, excepto la UD; y en general, la casi totalidad del pueblo, se han manifestado no en contra de la visita –porque no llegamos hasta la mezquindad de negar las atenciones a los huéspedes– sino con relación a la firma de una adhesión, tratado o acuerdo en virtud del cual nos vinculamos con el ALBA. Por desconocer su contenido, hasta Micheletti está en contra.


Al margen de la visita, cuyos resultados anticipamos, lo que se tiene que analizar desde la Presidencial es el sentimiento generalizado en contra de la amistad con Chávez, a la cual se la atribuyen anticipados resultados negativos para Honduras y su pueblo. Por mientras se hace un análisis, hay que aceptar que la imagen de Chávez no goza de mayor simpatía, debido –probablemente-- a su incontinencia verbal, su vocación por la pelea y, de repente incluso por el hecho de usar el dinero que le dan los altos precios del petróleo, para comprar amigos, especialmente entre naciones que tienen dificultades económicos. O que sus clases dirigentes –como parece ser el caso nuestro– estén acostumbradas a vivir ladinamente de las donaciones del exterior. Y cuando no le sacan a uno, buscan a otro y a otro. Hasta el final de los tiempos.


En Honduras, no hay un fuerte acento anti imperialista. El trabajo de la derecha gobernante, en el sentido de negarnos la oportunidad de sentirnos orgullosos de nuestra nacionalidad, ha producido como resultado un débil orgullo nacional. Más bien, lo notorio es la inclinación hacia los Estados Unidos, acompañado de una fuerte admiración por sus instituciones y por sus gobernantes. De allí que cuando el gobierno insinúa falta de respeto nacional de parte de la empresa privada cuando ha negociado con Estados Unidos, nos está diciendo la verdad. Sin embargo, las cosas no se pueden cambiar de la noche a la mañana. Y mucho menos desde un gobierno como el de Zelaya que no goza de una imagen de seriedad entre los sectores más críticos de nuestra sociedad. Porque en honor a la verdad, Zelaya ha sido –en sus relaciones con los Estados Unidos-- tan amigable como lo han sido Maduro y Flores, sólo para mencionar dos casos recientes. Las visitas a Washington, la atención a funcionarios de segunda o tercera categorías como si fuesen figuras cumbres de la política de los Estados Unidos por parte de Zelaya y la condecoración del embajador Ford, no perfilan al Presidente como un revolucionario que esté interesado en la búsqueda de nuevas relaciones con el vecino del norte. Mas bien lo que ha proyectado son debilidades, incluso mezcladas de verdaderas inocencias pueblerinas, como el intento suyo porque Bush le chineara a su nieta como si la política exterior fuese un simple intercambio de cariños y piropos entre ganaderos. De modo que es difícil, por lo menos en mi caso, aceptar que Zelaya esté actuando con seriedad, en un asunto en donde nos la jugamos todos. Pero bajo el liderazgo de un equipo que vaya más allá de las pequeñeces y mezquindades a las que nos tienen acostumbrados. En este escenario, es claro que el gobierno de Zelaya tiene todas las de perder. Para dar el paso que ha dado, necesitó haber preparado en mejor forma al pueblo, sin incurrir en la ofensa o la agresión a quienes, por las razones que sean, están de acuerdo en considerar que la amistad de Chávez, es una de carácter envenenado que está llamada a producirnos más daños que bien en el cercano futuro.


Ahora es demasiado tarde. El pueblo, en vez de reaccionar favorablemente a la campaña publicitaria del gobierno, más bien muestra disgusto porque la misma se hace en contra de sus intereses, alejándolo del goce de sus programas favoritos. Y los grupos opositores, no hay forma de convencerlos. Mas bien, cada vez que escuchan las infantiles consideraciones sobre los confites que recibiremos si nos vendemos a Chávez y sus delirios, sienten rechazo por el gobierno y por la forma como Zelaya dirige los asuntos públicos. Con lo que se le crea una disposición de mayor debilidad al gobierno que, puede terminar muy mal. Bien por el rechazo de la población hacia el Partido Liberal en las próximas elecciones; o forzando salidas violentas que pongan a Zelaya y a su grupo fuera del poder. Noriega en Panamá, terminó mal. Los gringos no son amigos; pero enemigos si. Y muy duros. Porque además de eficientes, son muy vengativos y cuando quieren, consiguen amigos que les hacen el trabajo sucio que ellos, no quieren ejecutar. Zelaya estará solo. Los liberales mirarán para otro lado, los nacionalistas y los “democristianos” aplaudirán. Y Chávez no lo podrá salvar, aunque lo quiera. Porque habrán bajado los precios del petróleo.

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