25 julio 2006

Un gobierno en crisis


Juan Ramón Martínez


Hace un tiempo hablábamos entre nosotros, de gobiernos para administrar las crisis. Encabezados por líderes interesados, no en resolver los problemas, sino en evitar que la papa caliente le hiciera daño electoral  a su grupo, movimiento social o partido político. Eran una suerte de “apagafuegos”. Ahora, parece que hemos ido un poco más adelante:

El gobierno es parte de la crisis, en vista que por su falta de orientación definida y el manejo de categorías un poco equivocadas, ha terminado por creer que las confrontaciones en el equipo gubernamental, son señales democráticas. Que las debilidades exhibidas, son muestras de dinamismo. Y que por la dialéctica, es decir la confrontación de los extremos, vía síntesis, se va a producir un resultado milagroso que nos va a beneficiar, como personas y como sociedad organizada.

No hay duda que priva el desorden, que se exalta la falta de unidad interna y que se busca debilitar el liderazgo del Presidente Zelaya, para darle unidad al equipo gubernamental. Muchos muestran desesperación, como si el período presidencial estuviera finalizando. Y dicen y hacen cosas, sin más propósito que mostrar su capacidad y control absoluto, como si ellos fuesen los líderes.

La crisis del Ministerio de Salud, es muy ejemplar. Desde el principio de esta administración, se apreció que el doctor Velásquez no tenía la tranquilidad emocional; ni siquiera el espíritu y la humildad, para el trabajo en equipo, sosegado y tranquilo que, además de cuidar los intereses de todos, le diera obligadamente al gobierno, un respiro de tranquilidad para enfrentar los delicados problemas que heredó de los gobiernos anteriores; y que, adicionalmente, ha ido creando sobre la marcha.

Sin embargo, nadie hizo nada para ordenar la gestión de Orison Velásquez. Se le dejó solo, para que hiciera sus propios errores, en la creencia equivocada que, en  la medida en que la opinión pública se dirige hacia estos ministros “crea problemas”, la imagen presidencial, se fortalece y se mejora.

A partir de esta visión equivocada, se terminan agrandando las dificultades que, terminan convertidas en verdaderas crisis. Y, por supuesto, se compromete la imagen presidencial, porque al fin de cuentas, lo que llamamos aquí ministros, no son más que secretarios de Estado, encargados de llevar a la práctica el pensamiento y las decisiones del presidente. En consecuencia, para efectos de análisis puntual y de crítica histórica posterior, no hay que hablar de crisis de Orison Velásquez, sino que de crisis del gobierno de Manuel Zelaya Rosales.

Como la crisis de Salud sólo es un caso de una crisis generalizada que tiene muy debilitado ante la opinión pública al actual gobierno, es necesario, urgente e incluso prudente desde la perspectiva política, intentar algunos cambios en el estilo de dirección del actual inquilino presidencial, fortalecer la unidad en la acción gubernamental por medio de un ajuste de objetivos precisos que se tratan de obtener; y proyectar un discurso nuevo, que estimule la fortaleza del equipo gubernativo, dándole un sentimiento de seguridad al pueblo que al frente del Ejecutivo se encuentran hombres y mujeres serios, comprometidos con los altos destinos nacionales. Y sólo con ellos.

No podemos seguir por el camino que circulamos. Es necesario cambiar de vía. Por donde vamos, los atajos están llenos de trampas, organizadas en forma perversa por quienes creen que se puede privar al gobierno de sus recursos, mostrar sus debilidades al momento de la negociación y sacarle dinero que necesitamos urgentemente para atender a otros segmentos menos protegidos del tejido social.

Esos grupos creen que se puede hacer daño al gobierno, desprestigiando y ridiculizando a sus titulares. Que se le pueden quitar todos los recursos y aprovecharse de sus debilidades internas e incoherencias operativas, para sacarle hasta la última gota de dinero, en la seguridad que nada le pasará al resto de la sociedad.

Un gobierno debilitado económicamente, desprestigiado como se pretende para manejar incluso las crisis como simples bomberos rurales; y con un liderazgo débil moralmente, especialmente porque no transmite confianza entre la ciudadanía, no nos dará  los hondureños --ni siquiera a los vividores y asaltantes que le tienen amenazado actualmente-- ningún beneficio. Todo lo contrario, estimulará el apetito de otros, por hacer pedazos a la República, distribuyéndose sus vestiduras, en la creencia que aquí todo está por terminarse.

Y que Honduras, no tiene alternativas, por lo que se hundirá irremediablemente. Creemos que ha llegado el tiempo de cambiar el rumbo, poner orden internamente, estableciendo un estilo más moderno de dirección en el Ejecutivo, con menos libertad y complacencia para que los “ministros” hagan lo debido y lo correcto. El Presidente Zelaya tiene que ser más reflexivo, ordenado e inteligente, restableciendo el rumbo que debe seguir su gobierno. Y obligando por consiguiente a que todos sus colaboradores, más que fieles a lo superficial de su personalidad, luzcan comprometidos con sus objetivos.

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