05 septiembre 2008

Cardenal y Ortega: una petición de indulto

No creo en vacas sagradas, en pajaritas preñadas ni en los santos inocentes, pero soy amigo de publicanos y de poetas místicos, porque no podría tener amigos si discriminara por los defectos que suponen esos calificativos. Porque de las vacas no hablo mal –nunca- y no es malo ser santo ni inocente, cuando no sea siempre y simultáneamente. No soy amigo en todo caso de Daniel Ortega y no sé nada de sus pecados personales porque no soy cura para escucharlos en confesión y no creo que se puedan interpretar al pie de la letra, como evidencia, los testimonios que he leído de una hijastra que lo adoró, con paganismo culposo y quizás enfermizo. Tampoco creo que mi amigo Ernesto Cardenal sea un ciudadano perfecto, admirable por supuesto que lo es.

Pero como ministro no podría dejar ni por un instante de tratar al Presidente de la Republica de Nicaragua más que como el Jefe de Estado de un país hermano y vecino, a cuya ciudadanía le debo todo el respeto del mundo. (¡Como se les puede ocurrir semejante inocentada! ¡Ay, Selma!) Irrespetar al Presidente desde afuera es irrespetar al pueblo que lo eligió y lo tiene en el poder. Un particular puede hacer eso; recuerdo haber protestado siendo estudiante en EE.UU. con carteles que decían "Somoza Cerdo Asesino" cuando ese ex dictador de Nicaragua llegaba a visitas oficiales. Pero un hombre o una mujer de Estado no puede nunca jamás violar el protocolo. Y nada que ver con la hipocresía.

Ortega y Cardenal fueron compañeros en el primer gobierno Sandinista de Nicaragua. Me consta que Cardenal apoyó esa revolución, moral e intelectualmente, desde mucho antes de su triunfo (cuando lo visité en 1971 en Solentiname) arriesgando el pellejo con valentía y aportando los pocos elementos materiales que podía, siendo un pobre cura residente con una comunidad de célibes en una isla perfecta -por no pecar diciendo que paradisíaca- y me consta que, para servirla, a la Revolución Sandinista, Ernesto puso en riesgo su fuero como sacerdote, lo recuerdo hincado y besando el anillo del Papa que simultáneamente lo regañaba. Pero desde hace tiempo Cardenal está reñido con Ortega, lo critica abiertamente y se opuso de manera radical cuando, en esta última elección, aseguró que "prefería un capitalismo… como el de Montealegre que la Falsa Revolución" que presumiblemente pregonaba Ortega. Y como aquí muchas veces la crítica es manipulación y estos políticos nuestros, "del patio" son unos caciques, no respetan la crítica y la oposición. De modo que no dudo que el reciente fallo judicial en contra de Cardenal, obligándolo a pagar una multa por "calumniar" a un tercero, tenga una influencia política indebida, que no tiene que ser "personal". Porque el sistema aprecia cuando, de manera obsequiosa y sin solicitación, los funcionarios de cualquier rama que sea, "colaboran" para defender al caudillo.

No sé, porque tampoco soy juez, si se cometió un ilícito a la luz de las leyes nicaragüenses que Cardenal está obligado a obedecer como el Presidente y el más vulgar de sus conciudadanos. Lo que denuncia el poeta es que "un juez danielista" ha desenterrado una querella ya fallada a su favor por otro juez, para condenarlo por calumnias en contra de alguien que ha pretendido arrebatarle su propiedad. Lo que sé es que hay una condena. Desde mi perspectiva, como ciudadano de Centroamérica y comentarista, el Presidente Ortega debe indultar esa pena, si está entre sus facultades o poderes, como parece ser que estuvo, el indulto de los crímenes del "Gordo Man", con quien sostuvo una alianza de conveniencia. Ernesto Cardenal es un hermano de los intelectuales progresistas de Centroamérica y una figura de autoridad moral mundial. En todo caso, no puede escoger Ortega para liberar a Barrabás sin lavarse las manos y achacarle el crimen a otro, lo que justamente sería interpretado como cobardía. Sería además estupidez, porque sólo puede salir perdiendo contra una figura como Cardenal, él y cualquier político.

El Presidente Manuel Zelaya no es así y no puede si no darles la bienvenida a Honduras a los jefes de estado que invita para ocasiones de ceremonial protocolario como la firma del Convenio –tan positivo- que firmó con los mandatarios del ALBA. Aun y cuando puedo discrepar de algunas frases de los discursos y sobre todo de sus conceptos seudo históricos obsolescentes, pienso que ha hecho mucho bien a Honduras su reinserción como país independiente en el concierto de las naciones, como se ha conseguido con las visitas oficiales que antes hicieron el Presidente Brasil, Lula y el de México, Felipe Calderón.

Y si no fuera así, los secretarios que el Presidente ha nombrado le debemos lealtad o renuncia y, si renunciamos, le debemos respeto y agradecimiento por la oportunidad de servir. (Cardenal mantuvo esa disciplina con Ortega mientras fue ministro y por largo tiempo después.) A pesar de mi amistad con Cardenal y mi demanda de indulto a su favor no podría yo tampoco, en caso que se diese la ocasión, de que el invitado me extendiera su mano dejar de corresponderle con la mía y, si me saludara de palabra, tendría que morderme la lengua antes de murmurar una expresión hiriente y mandaría a volar al artista o al académico que me lo exigiera.

No sé tampoco si Ortega es amigo personal o no del Presidente Zelaya quien, como cualquier mortal, tiene derecho a escoger amigos pecadores. (Ya decía Machiavello que prefería ir al infierno con hombres de estado prominentes que al cielo con las beatas que decían que ese era su destino.) Yo no lo amistaría a Ortega ni menos lo habría buscado, como busque a Cardenal. Las cualidades de Ortega (su novel habilidad para la negociación y eso es valioso, la retórica del revolucionario de los setentas, esa perseverancia que deberíamos tener todos, y esa cara dura) no son las cosas que más aprecio, si no la sinceridad y la elevación del sentimiento, el pensamiento claro y profundo, la disposición a ser justo y bondadoso y la erudición que adornan a Cardenal y redimen sus vanidades.

Admiro al hombre que está dispuesto a cumplir su deber, aun pagando un costo político, porque los deberes de la moral pública son distintos, giran en otra esfera que los de la persona privada. Tienen mil años de perdón quienes "pecan" contra la beatitud para proteger la libertad de "la república" la que, en este país, todos sabemos que ha estado secuestrada por los intereses materiales y estratégicos de terceros particulares. Para defender esa libertad contra los acosos de la oligarquía conspiratoria, el Presidente Zelaya necesita la disciplina de sus cuadros y nuevos aliados, internos y externos. Porque está a la vista que ha perdido el apoyo de algunos miembros de su Partido, que prefieren jugar con los aspirantes y que hemos tenido roces con representantes (pienso que poco diestros y mal orientados) de poderes extranjeros que debieron simpatizar con nuestros esmeros por sacar a los hondureños de la pobreza. Los intelectuales tenemos en este mundo y en todo momento la difícil tarea de decir las verdades. Aunque a menudo los contradigo, respeto el derecho de quienes critican a mi gobierno, especialmente cuando tienen una autoridad moral probada como Cardenal y exijo ese respeto de parte de cualquier gobierno y en primer lugar del mío propio.

Rodolfo Pastor

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