28 febrero 2006

PRENSA, PODER Y CIUDADANO: EL CASO HONDUREÑO


La amplitud del problema

Hay un problema de conceptualización. Puesto que se supone que el poder está concentrado en el Estado, a menudo se alega que de ahí también dimana la desorientación del público. Pero, al menos en teoría, debería de ser evidente que la relación no es tan asimétrica. La prensa (el cuarto poder) incide con su propio peso en esa ecuación. Ningún poder oficial será bastante en un sistema abierto para controlar todos los medios y circuitos de la información. Y los ciudadanos están finalmente en condiciones de determinar la confiabilidad de los medios y de escoger entre sus opciones de información.

No sería factible corromper a la prensa, de no ser porque está dispuesta, por la falta de compromiso y valores de sus propietarios y cierta carencia moral y también intelectual de los periodistas, quienes establecen con gobiernos sucesivos y sectores políticos diversos una relación de patronazgo y clientela, chantaje y soborno. Y, si hay libertad de expresión y de información, los ciudadanos que podrían exigir responsabilidad a los medios y auténtico rendimiento de cuentas al gobierno, consienten la falta de lo uno y de lo otro por pereza y desidia más que por una imposición.

Hay formas de corrupción que pasan desapercibidas para muchos. Expresarse mal a veces al grado que no se entiende la noticia, como ocurre a menudo, porque el periodista no entiende lo que está pasando frente a él y no sólo porque no sabe hablar o escribir, es, en todo rigor, una corrupción, que equivale, a la mala práctica por ignorancia de los médicos. Y debería de estar penado por ley. Nada que ver con el Estado o muy poco. También es corrupción usar un espacio público para ventilar asuntos netamente personales, pequeñas venganzas y otras miserias que no tienen que ver siquiera con lo público.

Hace tiempo que se discute (desde Barrington Moore) el problema de la base social de la democracia. Pero este tipo de régimen también necesita un cimiento cultural. Y como en la mayor parte de América Latina, en Honduras hace falta mucho para levantar ese cimiento, de tal forma que podamos construir sobre él con confianza. Uno sólo tiene que escuchar a los "gurus" de la radio, "crótalo locutores" los llama Vargas Llosa, que, sin elementos analíticos, principios, ni vergüenza en la sin razón, editorializan sobre todo asunto real o ficticio de interés general, apelan a y atizan las pasiones mas bajas del público, difaman y calumnian a sus anchas y sólo tiene que escuchar las "llamadas del público", insultando a esos locutores por las razones equivocadas o aplaudiéndoles su demagogia, para calibrar tanto a "los orientadores" y a los elementos de la opinión publica. Por eso, el remedio de fondo es la formación de los hombres de prensa (su educación formal y moral) y de los ciudadanos. Una responsabilidad incumplida de la sociedad.

El poder público

Establecido ese hecho toral, hay que reconocer sin embargo no sólo talento, sino una gran destreza a quien quiera que sea que maneja la imagen del actual gobierno hondureño y su relación con la prensa. Luce muy profesional la propaganda impecablemente concebida, que aprovecha todos sus medios y recursos, que vincula a la figura presidencial con todo lo que es popular (el Cardenal, el fútbol victorioso, la defensa de los pobres en los foros internacionales y de los emigrantes) y la aleja de los actos concretos de gobierno, pasados, presentes o potenciales, que puedan ser polémicos o vulnerables a una crítica, al punto de renunciar a ellos aunque fueran de interés general. Los términos exactos de las encuestas contratadas por Casa de gobierno (cuando se dice que el Presidente tiene un 93 o un 83% de popularidad) no son creíbles, pero es indudable que el gobernante goza, a pocos meses de entregar su mandato, de gran aceptación. Y la ha conseguido a veces a costa de sus principales rivales en el escenario, abdicando de mucha de su responsabilidad y con la complicidad de los medios. El concertado desconcierto de la prensa está siempre a la orden.

Aunque desde hace mas de tres años, se podía anticipar la concatenación de los problemas que condujeron a la crisis económica actual, la prensa –y como consecuencia la opinión publica-- no contempla siquiera que al Presidente le quepa responsabilidad por imprevisión.

Ciertamente, el Señor Flores no es el principal culpable de la crisis, derivada de antiguos desaciertos, de las vicisitudes del comercio internacional y de la recesión mundial. Pero la baja de los precios de las exportaciones era evidente al asumir el mando el gobierno actual como el incremento de los precios del petróleo. Las consecuencias eran fácilmente previsibles. Se sabía que los prestatarios no pagarían. No se formuló ninguna política (que ¿hubiera sido alarmista?) para enfrentar esa situación. No se han fomentado, ni siquiera propuesto alternativas y no se exigió responsabilidad a nadie. La prensa cae en la polarización interesada de las explicaciones en disputa. Se divide frente al problema en apariencia de manera espontánea, entre quienes siguen la línea oficial y los que se desvían por la ruta de la consigna de un partido o del otro. Y así también ¿cómo consecuencia? se polariza el electorado. Pero el gobierno milagrosamente queda a salvo.

Algo semejante ocurre frente a la crisis de pronto revelada en las finanzas públicas. Al grado que la línea oficial coincide con la de la oposición para culpar al Congreso. Y entonces, por consigna, la prensa asegura que "los políticos" tienen la culpa de "los compromisos incumplibles que ponen en aprietos al gobierno" ¿sin advertir que el político que firmó, hace cuatro años, los estatutos del médico y del docente es el mismísimo gobernante de hoy, al que se quiere eximir de responsabilidad?

(Así pues, con la colaboración de la prensa y de la oposición, el Ejecutivo culpa al Legislativo y a su propio Partido de la "Carta de Intenciones" que está a punto de firmar con el FMI, así como del no desembolso del préstamo de alivio del Banco Mundial, que se queja de un déficit agudo y de una ligereza fiscal.) La prensa no es fisgona No escarba en la superficie que ella misma ha pulido de ese paradójico misterio y no hace preguntas. Acepta y reproduce la versión que le ordenan.

Para conseguir "un 83% de popularidad", en efecto, el señor Flores ha necesitado de la colaboración amplia y estrecha de los medios, que tienen que haber destacado los méritos reales o representados de la gestión presidencial y haber minimizado las posibles objeciones. Independientemente de que una opinión pública entre ingenua y desinformada es fácilmente manipulable, se requiere de decidido empeño y concentración para conseguir esos "efectos especiales" e ilusorios. Hay que felicitar a un equipo profesional de monitoreo y propaganda.

(Un gobernante que tiene tantas cosas trascendentes que estudiar y hacer, que debe de supervisar la formulación de políticas y estrategias eficaces en tantos sectores, tan importantes para el bienestar colectivo, que debe de vigilar el cumplimiento de metas de sus funcionarios, no podrá dedicarle a un aspecto secundario --como el detalle de su imagen personal-- más que la mas somera de las vistadas.)

La Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) asegura que, en Honduras, la prensa ha sido sólo "parcialmente libre", porque los periodistas y medios de comunicación han sido conculcados con diversos medios y técnicas para favorecer al gobierno en su tratamiento cotidiano de la noticia y para editorializar a su favor. Incluso ese organismo internacional y otras ONGs vinculadas –inspirados en relatos particulares valederos, aunque coyunturales-- han querido destacar la persecución judicial o administrativa de un par de colegas, que perdieron sus chambas o espacios, según se dice, a petición expresa del sensibilísimo Presidente en represalia por una crítica. Pero esos no son claramente más que mecanismos excepcionales, a los que se recurre cuando las cosas se salen de control.

Los periodistas

En primera legítima instancia están los premios y los homenajes. Diversas oficinas y facciones de las distintas ramas de los gobiernos central y local otorgan, en el día del periodista y tantos otros como convenga, "premios" y "homenajes" a los comunicadores más inteligentes, premios muchos de ellos más sustanciales que los Premios Nacionales de Arte, Ciencia y Literatura que, por lo demás, a veces sirven un objeto semejante y corren la misma suerte, y que prometen siempre una mejor cotización del premiado.

Tampoco se puede hablar rigurosamente de corrupción. Hay "circunstancias mitigantes". No hay una formación ética rigurosa del periodista que, como consecuencia, no termina bien de columbrar la función que cumple en la sociedad, se envanece fácilmente y se desubica con poco. Se les hacen a "los grandes" deferencias y cortesías extraordinarias. "Con un puro en la boca, viajando en el avión presidencial, cualquiera pierde su sentido de identidad, se siente rico y poderoso, dueño o portavoz de la verdad, intelectual y burgués... podrá jactarse –después- de que el Presidente lo llame al celular, para "putearlo" o para pedirle que se calle", confiesa Aníbal Barrows. De manera legal, se otorgan además empleos públicos muy codiciados (especialmente los de las representaciones diplomáticas) a periodistas o parientes de periodistas que quedan por ese medio comprometidos. Por supuesto que sin tomar en cuenta la conveniencia de esos nombramientos para el Servicio exterior, ni el que a menudo quedamos en evidencia ante gobiernos serios por los cambios súbitos y los sustitutos.

No lo sé de cierto, porque nunca he sido merecedor de esas honras, nunca me han censurado y nunca me han ofrecido nada. Pero me han confiado además fuentes de entero crédito que se reparten además centenares de miles de lempiras mensuales, por nómina, a periodistas influyentes tarifados, según su rating. Y la distribución de dineros públicos directamente a los periodistas, justificada con facturas de publicidad de los medios, ya es constitutivo de delito para quien da como para quien recibe y justifica. Los periodistas corruptos se enriquecen. "Y entre más cobran más los respetan". Pero con los sueldos que se pagan por el oficio, difícilmente puede esperarse que la mayoría resista la tentación. (Cuando bien le va, un columnista suele ganar $120 mensuales que es un mal sueldo para un ordenador!)

En efecto, el periodista es producto primero del medio social mezquino, luego de nuestra universidad moribunda, enseguida del gremio habituado a lo peor y finalmente del medio específico, en el que trabaja y se le manipula. "El Colegio" no hace nada por prevenir la corrupción y elige directivas que favorecen al gobierno, de acuerdo con los dueños. (De hecho, en vez de investigar y dictaminar sobre las acusaciones de corrupción de los periodistas, el Tribunal de Honor del CPH, intenta reiteradamente amedrentar a quienes la denuncian.) La Universidad puede formar "... pero los dueños deforman".

Los dueños

Juega un papel principal la relación personal del gobernante con sus compañeros de gremio, los propietarios de los otros medios de comunicación, que incluso defienden al gobierno frente a los embajadores y representantes de organismos internacionales en privado, atestiguando, frente a las insinuaciones de la SIP, que "aquí no hay problemas de libertad de prensa". ¿Quién lo sabría si no?

Por la vía de contratos jugosos de publicidad oficial (los anuncios de las "inauguraciones", los listados de obras ejecutadas, las licitaciones de las obras que se seguirán haciendo, después) que también sirven el propósito de destacar la imagen del gobernante, el Gran Constructor, el Compasivo, las más de las veces en términos personales, "porque hay que divulgar la obra para orientar al pueblo", se estimula a los medios a ser complacientes, a destacar - sin falla- el foco o la llave de agua de cada jueves.

Los medios después de todo son negocios privados; venden publicidad y campañas publicitarias. La información es "chascada". No hay un periódico o un canal público que llene la función de expresar una línea oficial. De modo que la genuina necesidad del Estado de comunicarse puede fácilmente justificar los pagos que contaminan la objetividad obligatoria. Se incluyen en el paquete incentivos de todo tipo, favoreciendo a otras empresas e intereses de los propietarios. Se toman decisiones publicas que amparan a estos potentados y sus grupos. Y en vez de desenmascarar el sistema, la oposición, que tiene demasiado que perder, monta su propio operativo de desinformación, compra sus propias plumas y gargantas, presentadores y relacionadores, los codotieri y los mercenarios de a pie. Y establece su propio puente con los dueños.

Como en el resto del mundo, entonces, los propietarios de los medios se vuelven todopoderosos, dominan el uno y el otro lado. (El cuarto poder deviene el primero, con Berlusconi por ejemplo). Gozan aun de infalibilidad y del don de la profecía que se cumple a si misma. Pueden en cambio incumplir su pago de los servicios públicos. Con su venia se firman tratados y contratos. Son consultados para determinaciones en que tienen un interés creado particular. Imponen decisiones de administración pública y se ha dicho –incluso- que su largo brazo alcanza a ejercer el veto del Presidente. Son por supuesto absolutamente inmunes e impunes. Se les nombra vía decreto para formar parte de esas Comisiones con que supuestamente se quiere remediar (suplantar) la representación popular fallida. Y todos empujan "en la misma dirección". Salvo cuando disponen cambiar. A cambio, giran instrucciones precisas, ordenan prohibiciones (de criticar al Presidente o al candidato) y autorizan la "edición" o mutilación del material.

Las consecuencias y los remedios

Los efectos de ese sistema sobre la calidad de la información son terribles. Como el fotógrafo con el ángulo y la amplitud del lente, con el foco y la distancia, conceptualmente, el editor y el periodista incorporado, al informar puede suplantarnos lo toral con lo secundario, poner en el primer plano a una figura que quiere asociar con un evento positivo o vincular a uno negativo, o dejar fuera del escenario retratado o del encuadre a quien quiere opacar o ignorar. En el limite extremo de esa magia, se hace desaparecer lo real y se lo sustituye con un placebo. La realidad, como viene de decir Rafael Platero, deviene "realidad virtual", la que escoge el poder y representa la prensa. Y distorsionar la información deforma al periodismo, lo pervierte y quizá lo vuelve incapaz de apreciar la realidad. La gente enloquece con su pequeño poder iluso de mencionar u omitir un nombre, un dato irrelevante.

Mientras tanto, la relación perversa entre la prensa conculcada, el poder arrinconado y una ciudadanía desorganizada y timorata es la base de la inercia política y de la corrupción administrativa que, a su vez, es la raíz primordial de la irresponsabilidad del Estado y la miseria de la gente. En algunos lugares del mundo que, según Transparencia Internacional, son tan corruptos como Honduras, se ha estimado que el sistema de la corrupción consume hasta un 17% del Producto Interno Bruto. Y ningún sistema social puede tener una perdida de esa magnitud y cumplir con sus obligaciones.

Ahí esta el nudo de la cuestión. ¿Cómo puede haber buenos periodistas si los propietarios los irrespetan? ¿Cómo puede potenciarse una ciudadanía si no dispone de la mínima orientación? Si somos liberales y pretendemos que un día el ciudadano tome las determinaciones fundamentales y gobierne ¿dónde podrá encontrar la información pertinente, veraz y una orientación sobre la conveniencia o el interés general? ¿A qué medio o periodista podrá acudir? ¿Qué opiniones responsables deberá debatir? Mientras no exista una prensa seria y una ciudadanía exigente, ¿podrán surgir genuinos políticos comprometidos con la democracia? ¿Por donde se puede empezar a romper la máquina del círculo?

La principal debilidad del sistema es que mucho del arreglo está predicado en la capacidad para disponer de dineros y recursos públicos, en ese reparto de recursos escasos que, según una de tantas definiciones académicas, es la política. Según mis antecesores, ya Ricardo Zúniga había institucionalizado a "una prensa tarifada", que no le sirvió de nada cuando cayó de la gracia de Oswaldo. Callejas que fue el primer presidente democráticamente electo en montar un sistema completo de manipulación, gozó de gran "popularidad" hasta el momento en que entregó el poder, aun y cuando trascendieron algunas listas de periodistas comprados. Pero luego de entregar la banda, perdió repentinamente esa aura protectora. Sus negocios escondidos salieron a luz pública. Trascendió, como en la advertencia apocalíptica, todo lo que se había conseguido mantener oculto. De nada le sirvió comprar un periódico nuevo. Y su popularidad se contrajo al núcleo de la hueste, a la que nunca afecta ninguna revelación, porque siempre es capaz de reinterpretarla.

¿Sucederá lo mismo con el Dr. Flores, que ha gozado de la protección oficial frente a los medios durante dos períodos gubernamentales consecutivos, aun como futuro Presidente de la Asociación? Lo seguro es que fuera del poder, el periodista y el ex presidente valen poco y –entonces- seguir formando parte del poder es una estrategia obligada. (¿Con quien tendrá más posibilidades de poder después de enero próximo Carlos Flores? ¿Con cual de los candidatos hay que apuntar la radio, el programa, el periódico o la columna?) Nadie se retira nunca. Los únicos que tienen tranquilidad en el poder son los dueños, ¡qué ya decidieron quien va a ser el siguiente! (¡Están preparando otro para después!) Y tienen lista la factura. La grande, la que se paga "después, no se preocupe."

No hay, ni tiene por que haber una salida fácil y sin embargo no todo esta perdido. Como dicen los bandidos, "esta es para que se aviven". Lo único indispensable es la libertad posible, que está dada. ¿O acaso hay otra manera de aprender? La distorsión de la prensa podrá surgir siempre, en todo lugar y en cualquier momento; lo único que puede neutralizarla es una educación crítica de la gente, su capacidad para discernir y diferenciar. Lo único que le podemos exigir al Estado es que permita la libertad. ¿Cómo podría el Estado perfeccionarla?

La libertad plena no podrá alcanzarse mientras no mejoremos la calidad del periodista que graduamos, la cultura general de nuestra ciudadanía y no estemos en condiciones todos juntos de exigir decencia a los dueños de los medios y a los políticos. El problema es cómo concretizar o capitalizar esa libertad posible, relativa que, en otro sitio, he llamado "suficiente".

Un medio de comunicación liberado por completo bastaría para romper la hipnosis de la desinformación y la mentira oficial amplificada y hegemónica. Un grupo de periodistas puede valerse de ese margen para abrir espacio, aprovechando las contradicciones entre las versiones compradas. (¿Acaso no hay pequeños núcleos rebelándose en cada medio?).

En cuanto trasciendan y tengan oportunidad de divulgarse las investigaciones que profundizan el tema, el periodista genuino desarrollara estrategias alternativas de comunicación para ese fin y el ciudadano concernido podrá aprender a aplicar sus propias pruebas "químicas" de veracidad y honradez y a descodificar los mensajes cifrados, conscientes o inconscientes. Rechazara tanto a la información basura y sensacionalista, como la colocada y manipulada por los dueños corruptos y el poder corruptor. Nuestra tarea es enseñar a leer.

Expuesta a un punto de referencia distinto, la gente aprenderá a identificar a los incorruptibles, a estimarlos y protegerlos, de forma que serlo será más fácil, popular y cotizado. Por ahora, ser honesto, diligente y responsable como comunicador, analizar los sucesos reales bajo las pantallas y atrás de las pantomimas, con una óptica independiente, seguir el argumento que sugieren los hechos hasta su conclusión lógica y expresarse con libertad, es un acto heroico y solitario.

San Pedro Sula - Agosto 7, 2001

Nota.- A pesar de haberse escrito en el 2001, este artículo sigue teniendo rabiosa actualidad en estos momentos y por ello su publicación en el Blog.