¿De quién es la vergüenza?
El ser corrupto en este país no es un acto que implique vergüenza, desde luego, si son millones y millones los que se roban del erario público (porque si de robagallinas se trata, por ser pobres hombres sin arraigo alguno se ensaña la justicia).
Con esta acción delictiva lejos de desprestigiarse el sujeto activo, es decir, el que ejercita la acción delictiva, en vez de sufrir la sanción punitiva del Estado, es absuelto por el órgano encargado de aplicar la justicia.
Lo más penoso del asunto es que por el control político de que es objeto la Corte Suprema de Justicia, se vuelve cómplice de tales delincuentes de cuello blanco, en virtud de que se negocian las decisiones judiciales ente los principales partidos o se ordena por el partido político en el gobierno a los magistrados que son mayoría que fallen a favor del imputado que es precisamente su compañero de partido.
Igual consigna se traslada al Ministerio Público, organismo éste cuya elección de su máxima autoridad no coincide con las elecciones del Presidente de la República, pero, controlado por políticos también, se convierten en cómplices de los autores de la comisión de los delitos de corrupción.
Pero, resulta más penoso aún que esa conducta de ambas instituciones y la de Tribunal Superior de Cuentas, encargadas de hacer justicia es socialmente aceptada, como natural, pues no causa ni frío ni calor y se tolera la dependencia política de dichos organismos, y, vea estimado lector, que hasta los más críticos en el país al analizar el tema de la aplicación de justicia benevolentemente acusan a esas instituciones de incapacidad, cuando en realidad no se trata de incapacidad, sino complicidad de la Corte Suprema de Justicia, del Ministerio Público y del Tribunal Superior de Cuentas.
Todo ello nos define entonces como un país corrupto, sin ningún sistema de justicia, y, este vacío de justicia se ha vuelto intolerable para la comunidad internacional, sobre todo para los Estados Unidos y el grupo de países que conforman el G-8, que están luchando en contra de la cleptocracia (que en buen español significa el robo de los que tienen el poder) como lo han indicado en virtud de verse afectados en sus relaciones internacionales por la corrupción de quienes nos han gobernado, siendo por ello que han tenido que actuar en forma indirecta, como jueces sancionando en términos morales, ya que no hemos podido, por complicidad de los operadores de justicia o la tolerancia social, encarcelar a los corruptos que abundan en nuestra patria, los cuales tienen tanto poder que anulan la voluntad punitiva del Estado.
Es dentro de ese esquema de injusticia que el Departamento de Estado norteamericano justifica la aplicación de la sección 200 F de la Ley Migratoria, según lo han manifestado el cónsul de la embajada de ese país en Honduras.
En el caso de Rafael Leonardo Callejas, quien ante los ojos de la justicia hondureña ha sido una blanca paloma, como no soy juez, no me corresponde determinar su culpabilidad o su inocencia, sin embargo, cuando el río suena piedras trae, dice un adagio popular, y resulta que históricamente hay ciertos indicios racionales de que el gobierno de este personaje fue corrupto, recordemos la ley zarca, mediante la cual se legisló para beneficiar a uno de sus familiares, recordemos también que se reformó la ley o reglamento respectivo para darle el exequátur de notario a la esposa del ex mandatario, que no llenaba los requisitos, de lo que resulta que la ley se adaptó a los intereses de dicha persona.
Así las cosas y retomando la acción de la diplomacia norteamericana me pregunto: ¿De quién es la vergüenza?, que como país llevamos en el rostro ante el concierto internacional de naciones. De los corruptos no lo es, porque carecen de ella, y, si no, miremos cómo sonrientemente se pavonean por las calles, con su séquito de incondicionales, que siendo también desvergonzados los adoran.
¿Será la vergüenza de la Corte Suprema de Justicia? ¿Del Ministerio Público? ¿Del Tribunal Superior de Cuentas? Seguro que no lo es, porque ellos son los causantes de la misma. Entonces ¿de quién es la vergüenza? De los hondureños honrados, de aquellos que no son simples activistas políticos, apañadores de sinvergüenzadas, de los que tienen conciencia, que posiblemente son muy pocos.
Ojala estuviera equivocado.
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